Jugábamos, reíamos,
hablábamos… la verdad era que éramos como almas gemelas, todo era perfecto. Sam
era uno de mis mejores amigos. Éramos simplemente amigos pero mis amigas
cabezotas decían que se convertiría en algo más. Pero yo no creía que eso fuera
a suceder así. No hice caso de las habladurías de aquellas cotorras y seguí con
mi vida. La verdad era que Sam se estaba comportando un poco raro conmigo y
empecé a pensar si mis amigas tenían razón, ¿y si le gustaba? o peor aún, ¿y si le
quería? Eso no podía suceder, ¿no?
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Me llamo Belén. Soy una chica
alta, morena, de ojos verdes y piel muy blanquita. Soy tranquila y me gusta
tocar la guitarra y jugar al tenis. Sam y yo nos hicimos amigos a los 6 años.
Ahora tengo 12 y echo de menos esos momentos en los que nos reíamos, corríamos,
bailábamos… pero cuando se convirtió en mi mejor amigo fue cuando me llevó los
libros a los 7.
Era una tarde de Navidad al
principio del segundo trimestre y la profesora nos dijo que trajéramos
un regalo de los reyes magos.
Yo traje un libro que se
convertía en casita de muñecas. Le pregunté a Sam si quería jugar conmigo.
Él eligió a un duende y yo a una princesa y jugábamos al escondite con esos
personajes. Todavía, aunque no juegue con esa casita, la tengo. Esa misma
tarde, tenía los libros de la mañana y la casita. Sam me obligó a darle los
libros, que no podía bajar dos pisos así.
Le di el de conocimiento del
medio y el de matemáticas. Todavía me acuerdo.
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Tenía miedo de enamorarme,
pero lo hice. Esa sensación de bienestar se activaba si estábamos juntos y se
convertía en horrible al separarnos.
Pero me gustaba que mis
amigas (Bárbara, Alejandra y Belén, que éramos dos) me dijeran que él sentía
algo por mí.
Pasaron los años y nos
hicimos superamigos. Odiaba los veranos, los findes y los puentes porque no lo
veía por ninguna parte.
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